Es muy
temprano y, el poema,
como tantas
otras veces,
me ha sacado
de la cama
mientras
duermes plácidamente
e ignorante
a mi ausencia del lecho.
El Miravete,
monte donde se precie,
con su cruz
erguida en lo más alto,
apenas deja
vislumbrar su figura
entre el
alba que apunta,
en esta
mañana que rezuma
de la
humedad de las últimas lluvias.
Me llegan
los aromas montaraces
del húmedo
tomillo, los verdes romeros,
el enhiesto
esparto y las floridas albaidas,
perfumes que
tantas veces hemos aspirado
en nuestros
paseos matutinos
camino del
Garruchal,
evitando los
intrépidos ciclistas
y algún que
otro coche que, tranquilo,
marcha
camino de la playa.
Vuelvo a la
alcoba y te encuentro
subiendo la
persiana y mirando con deleite,
a través de
la ventana,
la misma
imagen que me ha traído al poema.
Ahora se
muestra bella, íntegra
bañada del
rosicler de esta mañana primaveral
que, como
cada día a estas horas,
te regala el
saludo que le faltó a mi poema.
Y me alegro
de compartir esa imagen a tu lado.