Buenas tardes a
todos en este día de compromisos varios:
Compromiso formal de matrimonio entre Lola y Fernando e
informal como lector por mi parte.
Y en la
informalidad de mi papel, quiero hacer alusión en primer lugar, por mi
tendencia francófona, a Paul Valéry,
quien dijo que no es el poeta el que hace al poema, sino el poema el que hace
al poeta.
Que no hay un ser
llamado poeta, favorecido por el curioso don de que todo lo que escribe sea
poesía, sino que hay poemas que pueden convertir en poeta (aunque no lo sea más
que de forma fugaz) a quien los escribe.
Por eso, hasta los
autores de los versos más sublimes, pueden perder el don y hacer naderías.
Y por eso
igualmente, hasta los más tenues cantores pueden alcanzar, aunque no lo sea más
que por un instante, su día y su Dios.
Hagamos un trato:
Compañera, sabes que puedes contar conmigo. Y no hasta dos o hasta diez,
sino contar conmigo.
Y si alguna vez adviertes que te miro a los ojos y una veta de amor
reconoces en los míos, no me apuntes con tus fusiles ni pienses que deliro, sino
que a pesar de la veta, o tal vez porque existe, puedes contar conmigo.
Si otras veces me encuentras huraño sin motivos, no pienses que es
flojera que igual puedes contar conmigo.
El colombiano William Ospina,
dejó escrito igualmente:
Nadie aprende a hacer poesía: sólo podemos aprender a escuchar esa voz que
no se sabe si está en la mente o en el viento.
Cada vez volvemos a ignorar cómo se hace el poema, cada vez tenemos que
volver a aprender.
Pero hagamos un trato, como
dijo D. Mario:
Yo quisiera contar contigo porque, es tan lindo saber que existes, que uno
se siente vivo y cuando digo esto quiero decir contar aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco. Y no ya para que acudas presurosa en mi auxilio, sino
para saber, a ciencia cierta, que sabes que puedes contar conmigo.
Charles Baudelaire, por su parte, también nos dejó escrito:
La imaginación del poeta debe ordenar la naturaleza, debe
reunir, en una única y armoniosa percepción intelectual, el universo que
nuestros sentidos perciben como incoherente y contradictorio.
En su libro “Las flores del mal” que no es un libro inocente ni habla de
forma gratuita, cuestiona constantemente lo más doloroso y lo menos presentable
de la condición humana: la precariedad del hombre frente a su destino, su
debilidad frente a todas las pulsiones que le habitan, esa tendencia a elegir
siempre la peor vía (el vino, las drogas, etc.)
El primer verso del libro, en el que se puede leer… “El pecado, el
error, la idiotez, la avaricia…”, es una declaración de intenciones, los
ingredientes básicos del spleen (o hastío) y el resumen de lo que el poeta es
capaz de reconocer en sí mismo cuando se pregunta ¿Quién soy?
La respuesta es inquietante: soy un ser degenerado y lúcido, un poeta
que ha perdido el bien desde que salió del paraíso y que está abocado al abismo
de forma irremisible.
Porque el mundo de Baudelaire, como el mío, como el vuestro, es un mundo
de dolor en el que ronda permanentemente la muerte y el pecado y en el que
brilla, desde un lugar inasequible, la luz de la vida.
Para Baudelaire las cosas son irremediables porque el remordimiento pesa
más que los buenos propósitos, porque no hay expiación posible a las faltas
cometidas en el pasado.
La tragedia del poeta es que es consciente de la degradación que lo
lleva al abismo; su única defensa es la reproducción de un pasado dudosamente
feliz que en realidad fue un tiempo destructor de la personalidad.
El poeta, como Arthur Gordon Pym, el héroe de Poe, es presa de la
fatalidad. Las únicas salidas son la inconsciencia del que duerme sin soñar, y
el deseo de estar.
Bien, pues después de aludir a Valéry, a Benedetti, a Ospina y a
Baudelaire, tal vez os preguntéis, vosotros sobre todo, Lola y Fernando, ¿a qué
viene esto? ¿por qué autores tan diferentes y referencias tan contradictorias?
La respuesta es tan sencilla como lógica:
Eso es la vida, en ese barco es en el que, a partir de ahora, habréis de
navegar y no siempre navegaréis con calma chicha.
Tendréis la calma y la locura del poeta, tendréis que volver a aprender
cada día, al igual que tendréis que poner proa a esas reflexiones de
Baudelaire, referente de los poetas malditos que, independientemente de su
talento, fueron incomprendidos por sus contemporáneos por su vida bohemia y
rechazar las normas establecidas, pero, sobre todo, tened presente a D. Mario
y, a partir de ahora, haced el trato de contar y no hasta dos, o hasta diez,
sino de contar el uno con el otro.
Y por supuesto, si lo necesitáis, contad conmigo.
(Pedro
Vera, Trinidad)
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