Comienza a vivir después de su muerte y,
cuando está vivo,
camina con un pie en la tumba.
Eso le produce una especie de cojera
que da a su aspecto cierto encanto.
(Jean Cocteau)
La sombra de
las tipuanas,
como único
cobijo del sol ardiente
con sus
senos repletos de luz oronda,
me invita a
manchar este albo receptáculo.
Miles de
gorriones, alguna tórtola
y el sonido
de los chorros
de agua
fresca del estanque
me hacen
compañía
y habitan
mis silencios.
Una tras
otra, miles de florecillas
de un
ardiente amarillo,
como
incesante lluvia,
salpican la
mesa y me acarician
en su
pausada caída.
La brisa
salina,
procedente de
la “Ensenada San Miguel”,
tan
agradable como necesaria,
más que
agradar, deleita
trayendo a
mi memoria
recuerdos de
Conan el Bárbaro.
Las tres
están a punto de caer,
desde el
reloj de la iglesia,
sobre el manto
verde que me circunda
mientras las
temblorosas palmeras del parque
comienzan a
lucir sus sombras cambiantes.
Los niños,
con sus
madres arrastrando los carritos,
ya se
marcharon dejando tras de si
unas cuantas
colillas como pasto
junto a los
restos del aperitivo…
Continúa la
lluvia de florecillas,
el trino de
los inquietos pajarillos,
el zureo de
las tórtolas…
¡y se hizo
la paz!
Entre tanto,
continúo con “Trizas,
Antología
Breve de Aurelio Guirao”,
de La Sierpe
y el laúd.
Precioso final
a este boceto de poema.
Pedro Vera Sánchez, Trinidad.
Pedro Vera Sánchez, Trinidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario