Heme aquí dispuesto a hacerte
un canto de madrugada.
Caracolillos negros que te abarcan y te ahogan
hacen de tu negra fronda, la morada
en que reside tu poesía.
Un hálito de vida da el vaivén a tu etalaje
y surge etéreo el numen hacedor.
Negras sombras deambulan
bajo livianas gasas negras
entre la negra noche
e inquietos dragones se elevan,
henchido el ámbito
mientras se consume el tuero.
Un golpe de tos mueve la pluma
y hace llorar el pergamino.
Tu cuerpo, simple,
adornado de sarmientos que afloran espadas,
parece quebrarse en su avanzar.
Mis ojos tornan ríos
y en el ínterin navegan
versos ahogados
ebrios de la cíngara
áspide inquieta que a la urraca huye.
Ya, en el ocaso de la noche
la fatiga rinde mi cuerpo a la silla.
Mientras… me acaricia el alba.
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