y, sin
mediar palabra, me besó,
asió mis
manos con suavidad
y me llevó a
contemplar
los colores
del ocaso.
Tras una
cena frugal
me echó
sobre la yacija
y vertió
toda su furia amorosa
sobre mi
y, aún
adormecido, me despertó
recitándome
a Neruda
y me entregó
un paquetito
con una
gorra de regalo.
Yo pensaba
en Hernández,
cara al
frente,
olor a
campo,
secas
tierras
y pedregosos
caminos
Fue un
momento de plena lucidez
lo que
observé en su mirada
al tiempo
que aquella luz mediterránea
nos traía
olor a sal y brea
mientras las
huellas de mis dedos
recorrían
lentamente su espalda.
Penélope
marchó temprano
con la
tristeza anclada en sus pupilas
y la promesa
de un próximo encuentro.
Aún conservo
la gorra,
las letras
de Neruda
y la frente
altiva de Hernández
pero… ¿y su
recuerdo?
Pedro Vera Sánchez, Trinidad.
Pregúntale a Bukowski, con las Penélopes nunca se sabe.
ResponderEliminarSalud-itos
Jajaja, Armando, nunca se sabe ni con las Pene-lope ni con el resto, son como elfos misteriosos.
EliminarSaludos y buen domingo.
ay penelope... ¿volvera? un abrazo poeta
ResponderEliminarEso espero, Alicia.
EliminarAl menos tengo la gorra como recuerdo material.
Otra cosa es el tema espiritual pero de eso hablamos otro día, en otra ocasión.
Abrazos.