el areópago da alojo a Baco
entre vapores de algodón
e hilos proteicos.
El negro matorral boscoso
de ávida calí,
poco antes atusado entre sombras acuáticas,
ofende mi incipiente tonsura.
El viento de una canción
daba a sus cuerpos la cadencia de una lira
entre salsa y rumba
mientras, por una batahola arrastrado,
la epífora ahoga mis órganos ambulatorios
que a la silla me rinden.
Azotan mis oídos
descompasados sones
cuando, desde su bósforo,
emerge una voz almibarada
que a cantar me invita.
Calaveras del lupanar,
ansiosos de un botín no conquistado,
con sus rostros báquicos,
desaparecen por el albañal
mientras cantamos.
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