Esa noche,
la luna espejeaba
surcando el
aire como barca de hielo
evitando que
su boca la envolviese
con su manto
de aire azabache
para
ocultarla a los ojos del mundo.
Sólo la
tenue luz de unas estrellas
se atrevió a
asomarse
a saludar tu
reflejo de luna menguante
medio oculta
entre nubes.
Ajenos a la
noche, invisibles a la luna
tras el acto
sublime
intenté
girarme y acariciar tu oído
con voz
parda
y sin poder
evitarlo
preso quedé,
exánime,
en mi grito
de amor.
Fue la luz gris
azulada de la amanecida,
que inundaba
el lecho,
la que nos
invitó a cerrar los ojos
en un
intento vano de conciliar el sueño.
Pobre ilusa
la luz:
desconoce el
fulgor de tus hogueras,
la lava del
volcán de tus besos,
la suavidad
y el tacto de tu piel.
Desconoce
que desnudo tu alma cada día
para
engalanarla de palabras y caricias,
exigua cuota
de amor
de mi
corazón henchido.
Pedro Vera Sánchez, Trinidad.