sábado, 9 de junio de 2018

El Miravete en tu alcoba.


Es muy temprano y, el poema,
como tantas otras veces,
me ha sacado de la cama
mientras duermes plácidamente
e ignorante a mi ausencia del lecho.

El Miravete, monte donde se precie,
con su cruz erguida en lo más alto,
apenas deja vislumbrar su figura
entre el alba que apunta,
en esta mañana que rezuma
de la humedad de las últimas lluvias.

Me llegan los aromas montaraces
del húmedo tomillo, los verdes romeros,
el enhiesto esparto y las floridas albaidas,
perfumes que tantas veces hemos aspirado
en nuestros paseos matutinos
camino del Garruchal,
evitando los intrépidos ciclistas
y algún que otro coche que, tranquilo,
marcha camino de la playa.

Vuelvo a la alcoba y te encuentro
subiendo la persiana y mirando con deleite,
a través de la ventana,
la misma imagen que me ha traído al poema.

Ahora se muestra bella, íntegra
bañada del rosicler de esta mañana primaveral
que, como cada día a estas horas,
te regala el saludo que le faltó a mi poema.

Y me alegro de compartir esa imagen a tu lado.


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