jueves, 9 de diciembre de 2010

El elfo caprichoso (Ilustraciones de A. Licerán)

El elfo caprichoso.

(Regalo navideño a los alumnos de 2º de primaria del CEIP. Mediterráneo de Águilas-Murcia)

En uno de mis viajes por las frías tierras del norte de Europa, fui de excursión (un día que no nevaba) a un bosque tan frondoso que apenas quedaba espacio entre árbol y árbol  para instalar mi tienda de campaña.

Había pasado todo el día caminando, cargado con la mochila (que pesaba muchísimo) y comiendo en los lugares más altos sobre las rocas del monte Kjolen para divisar el paisaje y tomar algunas fotos panorámicas. En todos mis viajes tomo fotos, muchísimas fotos, para recordarlo después cuando estoy tranquilito en mi casa, calentito en mi sillón, descansando.

Como en esos lugares llueve y nieva muchísimo, el agua no era ningún problema, por el contrario, era abundante y caía por entre las rocas formando hermosas cascadas. Estaba fría pero no helada y, como iba cansado de tanto y tanto caminar, me apetecía lavarme la cara y tomar un traguito de vez en cuando para refrescarme.

 Al caer la tarde, siguiendo el curso de un río helado (por las tardes y por las noches baja muchísimo la temperatura), llegué a un lugar, resguardado y muy bonito, en el que mis piernas estaban tan cansadas que me aconsejaron parar a descansar pues llevaba todo el día subiendo y bajando entre árboles y rocas y estaba tan cansado que ya no podía caminar más.

Estaba muy contento e impresionado por la belleza y el misterio de aquel lugar, ¡¡pero cansado!!

Por fin, cuando ya casi no se veía, encontré un lugar con bastante espacio, entre unos árboles enormes repletos de hojas, en el que podía instalar mi tienda de campaña. Y me puse a montarla y a preparar las cosas para cenar y dormir.

Entonces, cuando empecé a notar el frío, pensé que tenía que buscar un poco de leña para hacer fuego y calentarme ya que, en el norte de Europa, hace muchísimo más frío que aquí. Y eso fue lo que hice tan pronto como terminé de montar mi pequeña tiendecita en el bosque.

Salí con mi potente linterna, pues se había hecho de noche y no veía nada, y, en ese preciso momento, sucedió algo tan inesperado hasta entonces para mi, que me sorprendió tanto que os lo quiero contar:

En aquel bosque habitaba un elfo, de diminuto tamaño, que tenía su casa entre los huecos de las raíces de un gran abedul.

Justo enfrente de su casa había una viejo roble, seco y resquebrajado, en el que habitaban unas setas con unos preciosos lunares rojos, que no le dejaban descansar con sus continuos paseos y canciones. Además eran muy amigas de unos gusanitos, con muchísimas patas, que llegaban cada día a visitarlas corriendo a gran velocidad, levantando polvaredas que no le dejaban ver los árboles y haciendo un gran ruido con los golpes de sus múltiples patitas en el suelo.

Mientras caminaba escuché un sonido, muy débil y delicado, que me llamó la atención. Yo no entendía nada de lo que escuchaba pues el elfo no hablaba español y yo no entendía su lengua. Miré en todas direcciones pero no vi nada.

Yo estaba muy extrañado con lo que estaba pasando y, si quieres que te diga la verdad, también me dio un poco de miedo. Bueno, no sé si fue miedo lo que sentí pero, por lo menos, estaba un poco preocupado ya que todo aquello era la primera vez que me sucedía.

Por fin, dos pasos más adelante, vi una pequeña figura (muy rara) de pie; se movía haciendo gestos extraños frente a mi linterna, que enfocaba hacia el suelo para no tropezar, de un color que no sabría explicar qué color es. Nunca antes había visto ni ese color ni un ser de ese tamaño.

Intenté hablar con él pero fue imposible. No podíamos entendernos ya que hablábamos lenguas diferentes.

Entonces, me acosté sobre el suelo, que estaba muy frío, y puse mi cara frente a él. ¡¡Ahora sí que nos veíamos los dos perfectamente al estar tan cerca el uno del otro!!


 El elfo no sabía que seres tan extraños como yo existieran en los bosques del norte de Europa. Yo tampoco sabía que en esos bosques existían seres tan diminutos como los elfos.

Después de un ratito el uno frente al otro, como yo no dejé de hablarle “muy flojo y  des-pa-ci-to”, por si me entendía algo de lo que le decía, el elfo se sonrió lleno de alegría. Lo noté en el brillo de sus ojillos. ¡¡El elfo me entendía perfectamente cuando le hablaba flojo y  des-pa-ci-to  y por eso se puso tan contento!!

Hablamos durante más de media hora y, durante todo ese tiempo, me explicó cuales eran sus problemas. Yo le entendí perfectamente porque el elfo también me hablaba muy, pero que muy flojo y   des-pa-ci-to.
         - Oiga usted, doña luciérnaga, ¿puede ayudarme a resolver un problema que tengo con mis vecinas las setas? - Me dijo el elfo.
         - Perdone usted, pero yo no soy una luciérnaga – le dije sin querer molestarle- Yo soy un turista español que he venido a pasar mis vacaciones a este bosque y la luz esta que está viendo es de mi linterna. La llevo de noche para no tropezar. Y ahora iba a buscar unas ramitas de leña para poder calentarme, que  hace muchísimo frío.
         - Pues perdóneme usted, señor turista español, pero… ¿puede ayudarme a solucionar el problema que tengo con mis vecinas las molestas setas?

         Yo no podía creer que en el norte de Europa, estando de vacaciones, me podría pasar algo así. Era una experiencia extraordinaria, maravillosa.

Comencé a pellizcarme la cara y los brazos para comprobar que lo que me esta pasando era cierto.

¿Te imaginas la cara que pondrán mis amigos cuando les cuente esta historia que me está pasando? - pensaba yo mientras me hablaba el elfo y me contaba su problema.
         - Bueno, vamos a intentarlo pero ¡¡yo no he hablado nunca con las setas!! Si puedo hacer algo para que se quede usted tranquilo esta noche, y yo pueda volver a mi tienda de campaña con la leña para calentarme antes de dormir, pues lo haré.
         - Gracias señor turista español. Vamos a mi casa que está aquí cerca, en el abedul de la curva siguiente, frente al roble seco y resquebrajado.
        -  Vale pero, al menos, ya que nos hemos hecho amigos, vamos a presentarnos: Yo me llamo Pedro y vengo de España.
        - Yo soy un elfo y no tengo nombre. Bueno, por si no sabes lo que es un elfo, soy un genio del aire.
        - Y… si eres un genio del aire ¿qué haces aquí en la tierra en medio de este bosque? – Le dije yo extrañado.
        - Pues yo estaba tan tranquilo sobre una nube, encima de mi copo de nieve, y, al comenzar el frío, cayó una nevada en este bosque y ahora tengo que pasar todo el invierno aquí.

         Continuamos la conversación mientras íbamos caminando y, varios pasos más adelante, encontramos el abedul. Para mi estaba cerca porque mis pasos son largos pero, para el elfo, la distancia era enorme debido a la pequeñez de sus diminutos pies. Por eso me pidió que lo llevara en mi mano y así llegaríamos antes. Y eso hice, bajé mi mano hacia el suelo y de un salto se subió sobre mi dedo pulgar.

         Al llegar hasta el abedul me dijo que le bajara. Bajé mi mano hasta el suelo y, de otro saltito, subió hasta la raíz que le servía como techo de su casa. Me señaló con su brazo hacia un montón de leña vieja y seca que había enfrente. Era leña de roble, muy buena para hacer el fuego. Me agaché a cogerla y, en ese mismo momento, escuché un fuerte silbido. Me giré y me dijo al oído que era ahí donde estaban las setas.
         Enfoqué con mi linterna sobre la leña, revolví todos los troncos, miré por debajo, por entre la hierba… por todos sitios y nada. No pude ver nada por ningún sitio. Ni rastro de las setas con los lunares rojos. Y eso que mi linterna alumbraba muy bien porque le había puesto las pilas nuevas ¡¡y eran alcalinas!!

          Convencido de que no había setas, ni gusanos, ni nada de nada, de que el bosque estaba tranquilo y no se escuchaba nada más que el silbido del viento entre las copas de los árboles, me pidió disculpas y me dijo que estaba muy cansado y quería dormir un poco. Que todo lo que me había contado… ¡¡tal vez había sido un sueño!!

         Yo le dije que también estaba muy cansado de estar todo el día andando por los montes, que tenía frío y que me llevaba la leña para calentarme.
        


 Al despedirnos, me pidió que le dejara mi linterna como regalo. Le dije que no podía dársela, que la necesitaba para volver, pero que se la prestaba un poquito. Cuando se la di, por poco se cae de boca al suelo: ¡¡mi linterna era más grande que él!!

         Y ahora que estoy en mi casa recordando la historia, estoy pensando yo en lo que me dijo el elfo: … “que todo lo que me había contado, tal vez había sido un sueño…”

1 comentario:

  1. Este pequeño regalo (con truco) nació a raíz de un dictado que improvisé para los alumnos de apoyo de 2º curso de primaria de mi colegio. Inventé una pequeña historia, les resumí algunos rasgos de la misma en el dictado y ahora, con la pertinente ampliación, les he completado este breve cuentecito del que habrán de hacer durante las vacaciones un pequeño trabajo. Eso si, la actividad será libre ya que se trata de una actividad lúdica con la que sólo pretendo que pasen un buen rato de lectura interesante con el fin de animarles y entusiasmarles a elegir este camino de la literatura en sus horas libres. Espero que, al menos una minoría, continúen este camino. Por algo se empieza y yo he puesto esta primera piedra.

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