jueves, 15 de agosto de 2013

Gente preparada…




A pesar de las violentas sacudidas de esta terrible catarsis, la vida continúa su ritmo aunque, ciertamente, aminorando su paso hasta hacerlo tan pausado como, tal vez, requiere la vetusta y maltratada “piel de toro” que nos aloja.



En mis años mozos despedí a familiares, amigos y vecinos que, ansiosos de una vida mejor, cambiaron aquellas ligeras carabelas que alojaban las ilusiones de Colón y su séquito, por viejas maletas atadas con cuerdas que, con algún mendrugo de pan y un par de mudas a lo sumo, abarrotaban los convoyes que, cansinos y humeantes, trasegaban su presente a otros países donde les aguardara un futuro incierto que prometía ser mejor.



Pasaron los años, cambiaron los hábitos de vida, regresaron nuestros paisanos y… desaparecieron las viejas y entrañables locomotoras, tan hartas de vomitar carbonilla por sus erguidas chimeneas como ligeras de equipaje, para dar paso a lujosas máquinas que producen atascos monumentales a las entradas y salidas de cualquier ciudad en cualquier época del año.



El esfuerzo de muchas almas, con su corazón encallecido pero sabedoras de las necesidades de su prole, llevó al país, con sus agrietadas manos, a un estado de relativo bienestar que hizo posible invertir la dinámica y les permitió ver a sus hijos escolarizados y con unos niveles de cultura que jamás ellos habrían imaginado desde su más arraigado analfabetismo, noble herencia familiar tan común como denigrante e injusta.



Hoy, cuando el siglo XXI ha consumido un 13% de su haber, los hijos y nietos de aquellas denodadas generaciones, pululan nuestras calles, hacen posible la agricultura y el comercio, se desenvuelven con facilidad en las nuevas tecnologías y se expresan en varios idiomas. Obtuvieron el usufructo de tanto esfuerzo y cambiaron aquella dinámica para decir alto y claro que otra vida es posible si se pone empeño y tesón.



Son gente preparada…



Gente “pre-parada” que vuelve a divisar el mismo horizonte y a pisar las mismas huellas dejadas por sus antecesores pues, los cambios de ciclo, como la propia vida, no paran.

                                               (Trinidad)

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