Como golpe certero en la Diana
de mi corazón adormecido
irrumpiste para alegrar
las rutinarias mañanas.
Tu llegada alegró
mis tristes y cansados ojos
como suave música
que penetra a través de los cristales
desde la vecina aldea.
Tu presencia,
fresca, callada y atenta,
resultaba ser cada mañana
como una bocanada de aire,
aire fresco de la sierra
con olor a pino.
Tu cuerpo,
bello, esbelto, delicado,
deambulando por el aula
entre los niños
se confundía con los reflejos
del sol en los cristales,
como una sombra inaccesible.
Y estabas allí, a mi lado,
como una sombra,
como un sueño,
con tu callada presencia,
inaccesible y tan cercana
como el aire de la sierra
y el olor de los pinos.
Pedro Vera Sánchez, Trinidad.
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