Al llegar a San José
en septiembre 2004
¿sabéis lo que me encontré?
Esta Rosa, y la cuidé.
Cada mañana subía
con su coche “estartalao”
y a su vecina traía
“asustaica a su lao”.
A la hora del recreo
un buen día de invierno ”helao”
se formó un revoloteo
pues su coche había “pinchao”.
Nos pusimos a buscar
en su enorme maletero
y llegamos a encontrar
de todo menos dinero.
¿Y ahora qué hacemos Rosica,
esta rueda está muy mal?.
Ella, con su “sonrisica”
dijo: No la sé cambiar.
Tras buscar más de dos horas
quita y pon y sube y baja
se nos calmó la señora:
iba todo en una caja.
Regresamos al recreo
con todo solucionado
y a pesar del “pitorreo”
el tema quedó zanjado.
Pero el coche de Rosica
¡¡vaya joya de museo!!
mil papeles, “comidica”
mucho ruido y traqueteo
y ella como una “hormiguica”
que entre el polvo no la veo.
Luego con los “zagalicos”
la Rosa se transformaba,
los sentaba tan bonicos,
cualquier cuento les contaba
y los pobres “quietecicos”
viendo cómo se expresaba.
Ella en medio en una silla
se ponía a disertar
con Pepón y Pelusilla
y los arrancaba a cantar
cualquier canción muy sencilla.
Con sus historias viajaban
con un tren surcando el mar
y con un globo volaban
hasta la hora de almorzar
después la fila formaban
y al recreo a disfrutar.
Yo veía a la Rosica,
a la Isabel y a la Elena
y ella, al ser más “jovencica”
siempre con su “sonrisica”
de las tres era “la nena”.
Y a la hora del café
era todo un ritual
¡¡Yo ya no me tengo en pié
y tengo ganas de fumar!!
Y así pasaron los meses
desde el día en que llegué
y me he alegrado mil veces
del cigarro, del café,
de conocer a Rosica
y a la Elena y a Isabel.
Un abrazo.
(Trinidad.)
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